Departamento de Cultura y Política Lingüística

193. Iglesia de San Martí­n (Zegama)

ETAPA 4: ZEGAMA • SALVATIERRA-AGURAIN

El corazón de la comunidad

La iglesia de San Martín de Zegama es sin duda el edificio más imponente y destacable de la localidad, más incluso que su monumental pero sobrio ayuntamiento. Esto se debe a una conjunción de circunstancias, como son el peso de la religión y la iglesia en el Antiguo Régimen, principalmente, y el afán por que la parroquia de la localidad fuera digna de orgullo. Y es que esta última cuestión no fue para nada una cuestión menor debido a que este edificio fue el principal centro de sociabilidad de los zegamarras hasta fechas relativamente recientes.

En torno al siglo VIII, la Cristiandad vivió un desarrollo muy importante en cuanto a los centros de culto se refiere. Así, cada aldea se fue dotando de su propia iglesia. No es que anteriormente no existieran pequeñas iglesias, diferenciadas de las catedrales donde tenían sus sedes los obispos, sino que en el citado momento éstas se multiplican y cada población contará con su propio templo. La religión cristiana es, esencialmente, comunitaria y, como tal, la Iglesia aspirará a que los principales momentos vitales de los fieles tengan lugar en los recintos destinados al culto. Los principales de ellos son el nacimiento de nuevos miembros y la muerte de los otros, que se traducirán en la instalación de la pila bautismal y en la organización del cementerio que circundará, en este momento, la iglesia rural.

La celebración de la eucaristía, las plegarias por los difuntos o las fiestas de importancia (“de guardar”) serán algunos de los momentos en los que la comunidad local se congregará en la parroquia del pueblo. A partir de la Baja Edad Media, conocemos cómo la iglesia local representará el orden social de la localidad de forma física, en el espacio interior. Los sacerdotes se situarán en torno al altar, en una zona llamada presbiterio, diferenciada de la nave, donde se agrupan los laicos. En este segundo espacio los hombres y las mujeres se situarán de forma diferenciada, primero los hombres (sentados en bancos corridos) y, detrás, las mujeres, sentadas sobre asientos personales situados sobre la tumba familiar. En cada uno de estos espacios el orden en el que se situaban las personas no era aleatoria, sino que los señores o los alcaldes se situaban en la posición más privilegiada, y el resto en orden de importancia, de izquierda a derecha (mirando al altar) y de delante hacia atrás. En el caso de las mujeres, la ubicación era extremadamente importante, ya que cada tumba correspondía a una casa del pueblo y, de alguna forma, eran ellas las que encarnaban la relación entre los muertos y los vivos de la unidad doméstica. Por tanto, que una persona ajena pretendiera tener el derecho de sentarse sobre la tumba de los ancestros de una se consideraba una cuestión de enorme gravedad.

No es de extrañar, por tanto, que el linaje de los Ladrón de Cegama, señores de la casa nombrada Zegama, pretendiera a fines del siglo XV lograr la primacía entre todas las familias del pueblo a través del patronato de la iglesia. El pueblo defendió su derecho en los tribunales, de forma que finalmente el control sobre los impuestos eclesiásticos, el derecho de nombrar a los clérigos, etc. permaneció en manos de la comunidad y, a partir del siglo XVII, en manos del concejo.

Una iglesia monumental

La iglesia de San Martín es un imponente templo construido en sillería de arenisca, de planta de cruz latina, con su torre del campanario adosada al crucero norte y la sacristía y un acceso porticado en su fachada sur. Este acceso, abocinado y con arquivoltas ojivales, corresponde a un momento tardío de la Edad Media. No obstante, la iglesia presenta cuerpos constructivos de diferentes momentos y la mayor parte de su edificio fue desarrollándose entre los siglos XVI y XVIII.

Entre los elementos más destacables de su fábrica mencionamos el acceso situado en el crucero sur, donde aparece una portada abierta bajo un arco abovedado de medio punto, ricamente decorada con motivos florales, una incipiente rocalla y sendos angelotes tanto en el dintel de la puerta como en el remate superior de la hornacina que acoge al santo patrón de la iglesia. El obispo de Tours aparece representado a la moda de hacia 1700, con sombrero y peluca, coraza y capa, montado sobre su caballo, que gira la cabeza y mira hacia el observador. El protagonista de la escena, sin embargo, se vuelve hacia un menesteroso para el que está cortando un fragmento de su propia capa. Llama la atención la calidad del conjunto, que combina el bajorrelieve (en los troncos de los árboles que enmarcan la escena) con las figuras de animales y personas, casi de bulto redondo.

Del interior de la iglesia debemos subrayar el retablo de García de Berástegui (1637), discípulo del afamado Gregorio Fernández, cuya influencia se percibe, por ejemplo, en la forma de representar los pliegues de los ropajes de las figuras. El esquema del retablo es el tradicional, heredero aún de las tablas renacentistas, con un rígido ordenamiento de las figuras en sus hornacinas y del predominio de la escultura sobre la arquitectura. Aún así, la influencia herreriana es ya patente, por ejemplo, en el importante desarrollo del ático en proporción.

Señalar también la existencia de dos retablos menores, colaterales, de estilo rococó y otro ecléctico, en la nave. Este último es del todo reseñable, ya que se trata del mausoleo del general carlista Tomás de Zumalacárregui. Fue inaugurado en 1886.

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