Departamento de Educación

II Plan Joven

3.1. EL IMPULSO DE LAS PERSONAS JÓVENES. LA NECESIDAD DE SU PARTICIPACIÓN

La necesidad de que las personas jóvenes impulsen el Plan por medio de su participación, como principales beneficiarios y beneficiarias que son de sus medidas, es una cuestión de máxima importancia.

La participación como valor

El tema de la participación de la ciudadanía en las cuestiones públicas ha sido, y es, objeto de innumerables debates. Hablar de participación implica hablar del sistema democrático y de los cauces que éste pone a disposición de la ciudadanía para que se exprese, manifieste su opinión sobre aquello que le atañe, haga propuestas y se corresponsabilice.

En el sistema democrático la participación es un valor positivo, y, como tal, se fomenta. Sin embargo, esta participación tiene sus límites. El sistema de democracia representativa en el que actualmente nos encontramos contempla la existencia de un cauce formalizado, estandarizado y homogenizador de la participación: las urnas. Existen, no obstante, otros cauces de participación menos estandarizados y de características variables que se articulan de diferentes maneras en función del nivel de la administración del que se trate, de la cuestión a dilucidar, etc., incluso del estilo y del talante de la persona o personas responsables en cada institución.

De este modo, mientras que el voto constituye el medio de participación considerado fundamental y, por ello, está regulado por la ley, el alcance de todas aquellas formas de participación ajenas a las urnas está sometido a una voluntad política real de contar con la implicación de la ciudadanía, ya que este tipo de participación no tiene carácter prescriptivo, a pesar de lo cual existe.

La existencia de modos de participación alternativos a la participación electoral respondería, pues, a la consideración de la participación como un valor positivo a fomentar entre los ciudadanos y ciudadanas, y, en el caso que nos ocupa, entre las personas jóvenes, quienes, por otra parte, parecen mostrar un gran desapego hacia las iniciativas institucionales (un 62% de las personas entre 15 y 29 años de la CAV afirma tener poco o ningún interés en la política) (1).

Las instituciones, sin embargo, han mantenido una postura que cabría calificar como ambigua, ya que, si bien es cierto que el discurso político está constantemente salpicado por la palabra “participación”, son pocas las ocasiones en las que han funcionado foros de participación e implicación ciudadana con cierto éxito.

En este contexto general se plantea la necesidad de implicar a las personas jóvenes en el Plan Joven II de la CAV, ya que éste alude directamente a sus necesidades, sus problemas, sus metas o sus valores. Pero no es positivo únicamente por eso, sino porque, además, la implicación de las personas jóvenes en esta iniciativa institucional contribuiría a la necesaria socialización y apropiación del Plan, es decir, a que éste se filtre en el tejido social y penetre hasta donde pretende llegar.

La implicación de las personas jóvenes en el Plan también tiene la virtud de contribuir al desarrollo de dinámicas democráticas en el entramado social en el que las personas jóvenes están inmersas, es decir, funciona a modo de “entrenamiento” en el establecimiento de relaciones con la administración. Sin duda, la posibilidad de que las iniciativas emprendidas desde las instituciones hacia las personas jóvenes sean más ajustadas a las necesidades reales del colectivo es otro de los beneficios que reporta la implicación del colectivo joven en el Plan.

Además, participar es un derecho reconocido como tal por la Ley del Consejo de la Juventud de Euskadi, y se contempla como orientación política por la Carta de participación de la juventud en la vida municipal y regional de la Conferencia Permanente de los Poderes Locales y Regionales de Europa 1992, Orientaciones de política europea de la Conferencia de ministros responsables de juventud del Consejo de Europa 1993, Orientaciones del Comité Vasco del Año Internacional de la Juventud 1985..., y, sin embargo, se trata de un “derecho” sujeto a la gestión que del mismo se haga desde los entes públicos.

Los condicionantes de la participación

Las dificultades que han de superarse para lograr la implicación de las personas jóvenes son variadas y de diferente naturaleza.

Como punto de partida, parece evidente que no es posible plantear la implicación en una iniciativa que no se conoce. En este sentido, la primera condición que ha de darse en la búsqueda de la implicación de las personas jóvenes para lograr su impulso es el conocimiento mismo del contenido del Plan Joven II, e incluso respecto a su misma existencia (sólo un 5% de las personas jóvenes dicen conocer la existencia del Plan Joven I) (2). Así, es condición previa para fomentar la implicación que exista un conocimiento suficiente de la existencia del Plan Joven II y de la función que cumple.

Sin embargo, información no es sinónimo de implicación. No existe relación causa-efecto entre recibir información e implicarse. La acción de implicarse se presenta como la resultante de una serie de variables o circunstancias que deben concurrir. Fundamentalmente son cuatro:

  • Que exista voluntad política de que las personas jóvenes se impliquen.
  • Que exista en el “colectivo joven” el deseo de participar o en una parte importante del mismo (la juventud asociada, básicamente).
  • Que existan objetivos claros y bien definidos para la participación.
  • Que existan cauces de participación adaptados a los diferentes perfiles de jóvenes.

    El deseo de participar en el colectivo joven

    Es cierto que existe un conjunto de personas con características similares y que desde una perspectiva sociológica pueden ser agrupadas dentro de la categoría de “jóvenes”. Sin embargo, utilizar esta categoría de manera general homogeneiza al colectivo de manera imprecisa y, sobre todo, poco operativa.

    De este modo, se hace necesario distinguir entre diferentes perfiles de personas jóvenes en función de variables como la edad, el entorno social, el grado de implicación en movimientos sociales o asociaciones, etc., ya que ello permitirá identificar a aquellas personas o colectivos más motivados a participar, y centrar, así, los esfuerzos en implicar a éstos.

    Hecha esta aclaración, la mayoría de las personas jóvenes (el 63%) considera que no existen cauces para que sus opiniones lleguen a quienes tienen que tomar decisiones en materia de juventud. Sin embargo, preguntadas sobre la predisposición a participar en temas de juventud en el caso de que existieran cauces para ello, casi una de cada dos personas contesta que no lo haría (3) .

    A pesar de que estos datos pudieran matizarse y completarse, dejan en evidencia un hecho que parece rebasar las fronteras de la realidad juvenil: el escaso deseo de implicación de la ciudadanía en las cuestiones públicas. Por supuesto, quedarían fuera de esta consideración todos aquellos espacios de participación e implicación que podríamos denominar “sociales” (en el mundo del trabajo, del ocio y del tiempo libre, de la educación, etc.) y en los que, en efecto, se dan diferentes modos de participación e implicación, que van desde el cuidado de un familiar hasta la actividad laboral, pasando por la participación activa en diferentes actividades de ocio y tiempo libre. Se trata de formas de participación e implicación que no deben ser perdidas de vista ni menospreciadas, aunque no son el objeto de este análisis.

    En cuanto a la implicación en las políticas o iniciativas institucionales, si bien es cierto que por parte de la administración no se ha hecho el suficiente esfuerzo por fomentar la implicación de las personas jóvenes en las cuestiones importantes, es de justicia reconocer que esta falta de motivación se encuentra, en alguna medida, en ambas partes. La escasa motivación para implicarse y asumir compromisos es un fenómeno, no obstante, que puede encontrarse en todos los niveles y ámbitos sociales.

    La actitud pasiva y de desconfianza de muchas personas jóvenes hacia la administración y la actitud paternalista de ésta hacia el colectivo joven impide, asimismo, que se establezca una relación desde el punto de vista de la cooperación entre ambos agentes (jóvenes asociados/as o no y administración).

    Parece claro, por lo tanto, que subyace un problema de motivación, ya que las personas jóvenes, al igual que las adultas, se implican en aquellos ámbitos en los que tienen intereses y objetivos claros, así como beneficios visibles a corto o medio plazo. Por ello, otra de las condiciones que ha de darse para que exista implicación de las personas jóvenes es que quienes se implican perciban que su aportación es tenida en cuenta, ya que ello funciona como refuerzo para que ésta se mantenga.

    Objetivos claros y bien definidos

    Tal y como ya se ha apuntado, existen diferentes maneras de participar e implicarse, siendo la participación como usuario/a o beneficiario/a de determinado servicio la más básica, y la corresponsabilización en las políticas públicas el máximo nivel de implicación. Entre ambos extremos encontramos diferentes maneras de participar/implicarse: dar la opinión, hacer propuestas, colaborar en el diseño de iniciativas, coelaborarlas, gestionar o cogestionar servicios, evaluarlos, etc.

    Se observa, pues, que es posible plantear diferentes objetivos en cada contexto y, también, en función del perfil de las personas o colectivos de los que se pretende obtener la participación. Siempre desde la perspectiva de que es en la administración, en definitiva, donde reside la facultad de tomar las decisiones en última instancia, por lo que no debe caerse en el error de pensar que entre administración y otros agentes que pudieran participar activamente en sus iniciativas pueda establecerse una relación de igual a igual.

    Los tipos de participación requerida y los perfiles de los agentes participantes también variarán en función del área de la que se trate.

    Por último, otra de las condiciones que debe darse para facilitar y motivar la participación/implicación es que los objetivos planteados no sean excesivamente ambiciosos, ya que así se evitará la posibilidad de que tras largos y complicados procesos de participación se genere frustración por no lograr los objetivos planteados.

    Cauces de participación adaptados a diferentes perfiles de jóvenes

    No todas las personas jóvenes desean participar de la misma forma ni en los mismos ámbitos. La participación en áreas como la de trabajo o vivienda ha de venir de manos de personas o colectivos formados por personas jóvenes de mayor edad, en situación de dar el salto al mercado de trabajo o al alquiler o compra de una vivienda (hay que recordar que dentro de la categoría de joven pueden encontrarse personas entre 15 y 30 años o, incluso, mayores).

    Sin embargo, para determinadas cuestiones relacionadas con el ocio y el tiempo libre es posible plantear la participación de personas más jóvenes. Asimismo, para cuestiones de salud o educación, el margen de edad puede abrirse más.

    En todo caso, independientemente del área de la que se trate, ha de haber una clara apuesta por las estructuras intermedias, es decir, por aquellos segmentos de la juventud que ya han establecido algún tipo de relación asociativa. Se plantea, pues, como condición necesaria el refuerzo de las estructuras intermedias (asociacionismo) por una parte y el reconocimiento por parte de la administración de aquellos interlocutores legitimados por las mismas personas jóvenes (incluso en el caso de que tales agentes se muestren críticos con determinadas políticas o acciones).

    Hay dos problemas fundamentales con los que se encuentra este planteamiento:

  • La debilidad de estructuras de este tipo en áreas como Salud y Acción Social, Vivienda o Trabajo e inserción laboral. En el área de Ocio y tiempo libre y en Educación, sin embargo, ya existe un cierto nivel de asociacionismo (asociaciones culturales y de tiempo libre, en el caso de la primera, y asociaciones estudiantiles, en el caso de la segunda).
  • El que se presenta como agente coordinador y nodo central de las redes asociativas, el Consejo de la Juventud de Euskadi, no abarca el amplio espectro de áreas temáticas en las que sería necesario fomentar la participación de las personas jóvenes.

    En este sentido, es necesario que el Consejo de la Juventud de Euskadi se transversalice y expanda, tanto en cuanto al número de áreas temáticas que abarque como en cuanto al número de entidades en él representadas. Ello, lógicamente, supone un aumento de la dotación presupuestaria y de los recursos destinados para su funcionamiento.

    Aunque el esfuerzo ha de centrarse, fundamentalmente, en el mundo asociativo, han de ponerse en marcha también medidas que faciliten la incorporación de las personas jóvenes no asociadas a modo de opinión, contraste, por medio de propuestas, etc. En este sentido, es necesario emplear cauces de comunicación formales e informales que extiendan una red de antenas para captar las inquietudes de las personas jóvenes.

    Deben aprovecharse todos y cada uno de los recursos comunicativos de los que se disponga, tales como Internet (correo electrónico, chat, páginas web...), prensa típicamente juvenil, emisoras de radio de todo tipo, televisión, periódicos, etc., para posibilitar soportes de recogida de información fácilmente accesibles a cualquier persona joven.

    En definitiva, lo que queda en evidencia es la necesidad de identificar a aquellos colectivos cuya aportación puede resultar más interesante y adaptar los canales de participación a sus características y demandas, solicitando la opinión en algunos casos, pidiendo propuestas o posibilitando la cogestión en otros, etc.

    Un reto difícil

    De este modo, aunque parecen existir problemas de peso, por ambas partes, que estarían impidiendo el que se produzca una participación activa y eficaz en la política de la administración en general y en el Plan Joven en particular, es la administración la que debe dar el primer paso poniendo los mecanismos necesarios y eliminando las trabas que, por su parte, dificultan que las personas jóvenes aporten su visión, ideas y energías a las iniciativas en marcha y otras futuras. Sólo entonces podrá conocerse qué grado de participación es posible lograr.

    Se trata de un reto de gran dificultad, tal y como lo demuestra el que las experiencias puestas en marcha para conseguir la colaboración e implicación de las asociaciones juveniles y las personas jóvenes no han dado los resultados esperados. Concretamente en el ámbito municipal (el más cercano y, por tanto, el más receptivo a la participación) no han dado muy buenos resultados. En ello han influido factores como el que las iniciativas no se han basado en una demanda previa bien definida, no han existido políticas de juventud bien definidas y dotadas, las iniciativas institucionales generan una gran desconfianza en el colectivo joven, etc.

    Unido a esto, existe una dificultad añadida: resulta complicado plantear estrategias coordinadas con los agentes sociales cuando la coordinación entre las mismas instituciones no se produce todavía de manera fluida en materia de juventud.

    En resumen, la administración debe poner los medios y eliminar las trabas para la participación activa de aquellas personas jóvenes que deseen participar (lo que supone que debe haber voluntad real para que esto se haga, algo que hoy no existe), siempre desde una perspectiva realista (no todas las personas jóvenes saben o desean implicarse) y siempre evitando caer en posturas paternalistas.

    El Plan Joven II precisa del impulso de las personas jóvenes, para lo cual apunta muy especialmente al Consejo de la Juventud de Euskadi, el órgano más adecuado de cara a canalizar la participación de las personas jóvenes en su relación con la administración. Esta participación ha de tener tres funciones básicas, que se pueden desarrollar desde la creación de diferentes "gazte ontziak", que pueden incidir en los siguientes aspectos:

  • Fase de elaboración del Plan.
  • Fase de seguimiento del Plan.
  • Elaboración de metodologías de participación de las personas jóvenes en el Plan.

    (1) “Retratos de juventud: 1998-1999”
    (2) “El Plan Joven de las instituciones vascas II”, octubre de 2001.
    (3) “La juventud de la CAPV y las instituciones”, marzo de 2000.