| 1.1.2. ARGUMENTOS QUE JUSTIFICAN LA NECESIDAD DEL PLAN JOVEN Frente al panorama descrito es posible sondear dos enfoques estratégicos alternativos, y en gran medida opuestos, para establecer los fundamentos básicos en los que asentar la necesidad y urgencia de abordar el Plan Joven II como propuesta de choque encaminada a favorecer la emancipación juvenil, su inserción social y su consiguiente paso a una etapa socialmente activa: la madurez.
El estado de la cuestión hace que sea tentador seguir este enfoque como sustento argumental que justifique y dé sentido al Plan Joven. Varias son las causas que apoyarían este planteamiento argumental: La población joven es la primera generación que va a vivir y está viviendo ya peor que sus progenitores: --Sus condiciones propias (no familiares) de subsistencia
son objetivamente peores que las que conocieron sus mayores (condiciones
laborales y contractuales). En este sentido, apelar a la juventud como el futuro no es sino una expresión demagógica que trata de ocultar que es el presente el que le está siendo ya negado. Aunque puedan existir sectores de jóvenes con amplias posibilidades de inserción y promoción sociales, éstos no representan la realidad de amplios segmentos de la juventud, incluso de las clases medias, con dificultades presentes y futuras de inserción. Se está creando una sociedad en la que amplios sectores de una generación pueden quedar excluidos de su incorporación a los procesos sociales o incorporados muy tardía y deficitariamente (familia, trabajo, vivienda, prolongación indefinida de los ciclos formativos, empleos precarios y de escasa duración...). Ello, a su vez, podría representar para el país la pérdida del aporte de las energías transformadoras de toda una cohorte de la ciudadanía a sus procesos sociales, económicos y políticos. Como generación está en una situación muy difícil, lo que puede hacerle perder no sólo la confianza en su propio futuro, sino también en las instituciones políticas y sociales, en la medida en que puedan llegar a pensar que no representan sus intereses y que no son útiles ni eficaces para contribuir a resolver sus problemas. Dicho de otro modo, podrían llegar a percibir a la administración e instituciones políticas como a interlocutores no válidos y a pensar que la solución a sus problemas no pasa por la acción y la participación políticas. De hecho, lo que hoy se está decodificando como pasividad y resignación bien podría estar siendo la negativa a ser consumidores/as de un mercado político que no les trata como clientes ni les propone una oferta atractiva. Este planteamiento argumental se apoya en realidades certeras, pero no deja de presentar flancos débiles que pueden desactivar su propio potencial como fundamentación ideológica: Centrar el núcleo argumental que dé fuerza a la necesidad de un Plan Joven, con afán superador de la realidad del colectivo, en los efectos perversos que tendría la no-intervención institucional frente a esos problemas, supone actuar desde la apelación al “victimismo”: dramatizar la situación y sus consecuencias para generar un consenso social que justifique la intervención. El “victimismo”, por su naturaleza, focaliza al sujeto victimizado como objeto pasivo, incapaz de actuar sobre su condición social y lo descontextualiza de su realidad circundante. Frente a la estrategia “victimista” surgen siempre, inevitablemente, voces cuestionadoras de la realidad en la que se sustenta y de la propia estrategia de la que nace: --Cuando se alude a la realidad juvenil, es usual que se estigmatice esa realidad (drogas, alcohol, delincuencia, violencia...), desenfocándose el problema concreto que sufre la persona joven (ausencia de inserción social y laboral). ---Esa percepción está creando una imagen social distorsionada de la persona joven: acomodada a su situación, que no desea independizarse, socialmente pasiva, etc. ---Dicha imagen aparece reforzada porque, al contrario de lo que sucede con otros colectivos sociales (por ejemplo, las mujeres), las personas jóvenes no parecen adoptar un rol activo y protagonista en la defensa de sus intereses ni en la demanda social. Se olvida que, frente a otros colectivos, cuyo apoyo social y mediático muestra su capacidad de actuar como grupo de presión, el colectivo joven carece de esa capacidad de presión: ---Su imagen se representa en los medios de comunicación desde el estereotipo (modas, pandilla, música, drogas, conflicto intergeneracional). ---Su presencia en las instituciones políticas es irrelevante y cuando lo hace es desde posiciones políticas clásicas del mundo adulto. Su presencia en el mundo laboral es escasa, por lo que su capacidad para hacerse oír en este contexto es relativo.
Frente a una argumentación en negativo, parece pertinente oponer otra de muy distinto signo, que enfatice la importancia y el aporte que toda generación joven puede y debe dar a su sociedad. Dicho de otro modo, desde la “victimización” de las personas jóvenes puede justificarse una acción sociopolítica hacia este colectivo, pero existe un argumento mucho más sólido: el coste que para una sociedad en su conjunto tiene la no incorporación de su juventud a la misma. Cada generación de jóvenes posee un conjunto propio de saberes, destrezas y conocimientos en los que, en gran medida, se sustenta el progreso social y colectivo. Cada proceso de cambio social tiene su reflejo y su origen en las formas y las fuerzas productivas que lo impulsan, pero no sólo en ellas; existen otras fuerzas como la reproductiva (familia, cuidados, responsabilidades...) y la socializadora (compromiso social, relaciones con la colectividad...), que hacen que el motor de la transformación sea de naturaleza multidisciplinar, de tal modo que cuanto más alto es el cociente de esas fuerzas, más sólidas son sus palancas de cambio y de creación de riqueza, y de ellas disponemos sobradamente en la generación joven. Las personas jóvenes actuales constituyen la generación mejor preparada de la historia. No incorporarlas socialmente representa: ---Desaprovechar su capital formativo, tan necesario para el desarrollo económico, social, cultural y humano de nuestra sociedad. ---Un coste de su formación para la sociedad que no es rentabilizado para el desarrollo social. Un derroche en términos económicos. Junto al factor anterior, existe otro de orden más actitudinal. Los nuevos tiempos exigen grandes capacidades adaptativas y permeables a los requerimientos tecnológicos y a las características del mercado de trabajo. Las personas jóvenes han nacido y crecido con esos cambios; de forma que pueden asumir de manera natural la necesidad de flexibilidad del mercado y una adaptación permanente a los retos tecnológicos. Una nueva cultura del trabajo que, en manos de la juventud, constituye una poderosa herramienta de innovación social y productiva. Perder ese instrumento para nuestra sociedad es una forma de descapitalización colectiva. Cada reto presente y futuro requiere de las soluciones y energías más modernas e innovadoras. Es la juventud actual el grupo social con mayores capacidades para pensar en nuevas propuestas, ya que biográficamente ha nacido con los cambios sociales y es parte de los mismos. Cercenar su entrada en el escenario social presente es una forma de condenarse a ver las circunstancias futuras con ojos del pasado. Toda sociedad necesita de un reemplazo generacional de las fuerzas generadoras del desarrollo y el bienestar colectivos. El mantenimiento de un sistema de redistribución de la riqueza (pensiones, sanidad, educación...) necesita de una sólida base económica que los sustente (capacidades productivas, niveles de ocupación laboral, impuestos, consumo...). La anticipación, planificación y dirección del futuro de nuestra sociedad requiere contar, desde el propio presente, con las capacidades intelectivas, actitudinales, técnicas y culturales de una generación preparada para hacerlo y remover los obstáculos que lo impiden. Una sociedad muestra su grado de madurez cuando es capaz de tomar conciencia de que necesita dejar paso a la responsabilidad, el protagonismo y el esfuerzo de quienes tienen más capacidad para hacerlo. En definitiva, parece oportuno girar la dirección del enfoque desde un esquema argumental en negativo a otro en positivo que tome conciencia del capital que para toda la sociedad representan las personas jóvenes: entender que favorecer su incorporación a la misma es un valor de inversión sólido y seguro, cuyos beneficios no se detienen en un grupo humano concreto, sino que distribuyen su rentabilidad entre el conjunto del tejido social. Ello supone la necesidad de destinar recursos de manera sostenida y no coyuntural, pensando en cuanto al hoy y al mañana, con objeto de planificar el futuro desde una actuación en el presente. Se trata de poner en pie una solidaridad intergeneracional, desde la sociedad y desde sus instituciones, de forma que se entienda que invertir en la juventud es un modo de invertir en la sociedad en su conjunto. Cuanto más decididamente se apueste por las personas jóvenes más solidez tendrán la propia sociedad actual y sus proyectos de futuro, lo cual conlleva múltiples ventajas generales: Una evolución y transformación social más estable, en la que los cambios puedan ser asumidos con confianza y sin tensiones traumáticas o sentimientos de incertidumbre. Un mayor análisis, conocimiento y previsión de las necesidades sociales (factores demográficos, organización y empleo de recursos...), lo que permitirá evitar grandes fracturas sociales que están en el origen de muchos de los conflictos de la modernidad. Un relevo intergeneracional acompasado que permita el abordaje del futuro desde una perspectiva dinámica del presente, soslayando rupturas y discontinuidades en los ámbitos productivos, distributivos, sociales y culturales. Una mayor cultura de la planificación y un menor concurso de la coyunturalidad, conociendo las tendencias de futuro y adaptándose a ellas (carreras/ formación/empleos de futuro). En la medida en que la juventud es un germen del futuro, constituye un vivero perfecto de conocimiento de la prospectiva social, lo que facilitará una mejor intervención institucional en clave de jerarquización de objetivos y de atribución de recursos necesarios para satisfacerlos. Existe una mayor información y sensibilización de la juventud con relación a aspectos tales como la justicia, la igualdad, el desarrollo sostenible y otros muchos conceptos que pueden y deben ser incorporados como nuevos valores a la organización social. Dos intentos de aproximación a esta argumentación que entiende a las personas jóvenes como capital social de una colectividad los encontramos en el dictamen del Comité Económico y Social de la Unión Europea sobre el “Libro Blanco de la Comisión Europea, Un nuevo impulso para la juventud europea": “A principios del siglo XXI, los jóvenes representarán un recurso aún más vital para la renovación e innovación de las sociedades y economías europeas. Su plena participación democrática en la sociedad resultará crucial”. “...considerar a los jóvenes como un
recurso para la sociedad y ofrecerles las oportunidades necesarias para
que se conviertan en “ciudadanos activos, libres y responsables”
(1).
Mucho se ha reflexionado sobre la dilatación de la etapa juvenil, pero lo cierto es que ésta recorre aproximadamente tres lustros y no sería ocioso entender que las realidades, circunstancias, necesidades y preocupaciones de las personas jóvenes en esos 15 años que conforman la juventud son cambiantes, máxime en un contexto de aceleración histórica tan intenso como el actual. Es obvio que, por lo menos, deben establecerse dos momentos
de intervención socioinstitucional bien distintos, según
se correspondan: Con otra de juventud avanzada y búsqueda de la inserción en el mercado laboral (25-30 años). En la primera fase de la juventud parece pertinente priorizar los esfuerzos vinculados con su preparación a unos roles sociales más activos: - Formación en contenidos y valores. En la segunda fase de la juventud parece oportuno centrar las iniciativas en la potenciación de su integración social: - Medidas facilitadoras de su inserción en el
mercado laboral (autoempleo, nuevos yacimientos de empleo, incentivación
de la oferta, etc.). |