Residente en París desde hace años, Juan Mendizabal apuesta por una actitud reflexiva frente a la pintura y los mecanismos que activan la mirada. Esta obra es una ejemplo claro de sus intenciones respecto al análisis espacial y al orden interno del funcionamiento de espacios sometidos a falsas perspectivas. El suyo es un ejercicio que practica la vertiente geométrica desde el más puro de los estilos, preciso en la estructura, medido en el color.
En este caso utiliza el triedro formado por dos paredes y por un suelo o un techo, para referirse a un espacio de perspectiva ilusoria configurado por planos de colores pálidos, habituales en su pintura, y líneas cuya inclinación ofrece el contrapunto dinámico de la fría estructura compositiva. Sugerente insinuación para la mirada que trata de reconocer un lugar imposible.