ASÍ REMATABA LAS FUGAS DAVID ETXEBARRIA
autoría: Ander Izagirre,
Cómo rematar fugas para ganar etapas en el Tour: el vizcaíno David Etxebarria sería uno de los mejores maestros para impartir esta asignatura. Con esta otra variante, más provechosa todavía: cómo perderlas por algún detalle mínimo. De hecho él ya transmite esas lecciones, porque ahora es director deportivo del Eulen, un equipo vasco de ciclistas sub-23.
En la duodécima etapa del Tour de 1999, Etxebarria se metió en una fuga de catorce corredores por el Macizo Central, camino de Saint-Flour. El grupo se fue disgregando en los seis pasos de media montaña, y a falta de 24 kilómetros, en la subida a un puerto de segunda, Etxebarria aceleró.
- No ataqué con la intención de irme solo hasta la meta. Quería reducir el grupo, pensé que me seguirían tres o cuatro, pero vi que ninguno podía.
Etxebarria, nacido en Abadiño, era un ciclista pequeño, poderoso en la media montaña y con un esprint explosivo. Por eso se le daban fenomenal las clásicas de cotas como la Lieja-Bastoña-Lieja, en la que se quedó a centímetros de la victoria en 2000, o las etapas onduladas del Tour como aquella de Saint-Flour, que además terminaba en un repecho de un kilómetro.
- La llegada era perfecta para mí si llegábamos al esprint. Pero coroné el puerto en solitario, con veintipico segundos, y ya seguí sin esperar a nadie.

Faltaban veinte kilómetros y Etxebarria se encontró con una ocasión franca para ganar una etapa en el Tour. Pocos días antes, ni se lo hubiera planteado. Los corredores de la ONCE, su equipo, corrían con un objetivo muy claro: ayudar a Abraham Olano, que aspiraba al podio final de París en una edición que se presentaba muy abierta, sin grandes favoritos. El guipuzcoano había ganado la Vuelta de 1998, había sido cuarto en el Tour de 1997 con una victoria contrarreloj y aspiraba a clasificarse entre los tres primeros. Pero los planes cambiaron enseguida. Irrumpió Lance Armstrong, ganador del prólogo, la primera crono larga y la primera etapa de montaña, y Olano empezó a sufrir.
- Ya lo pasó mal en el Galibier, el primer gran puerto de aquel Tour -cuenta Etxebarria-. Ese día Olano me impresionó: se descolgó del grupo de los treinta o cuarenta primeros, perdió un minuto, pero se tiró cuesta abajo, enganchó con los de cabeza, sufrió, persistió, y en la subida final a Sestriere llegó noveno. A veces la diferencia entre los buenos y los muy buenos está en la cabeza: Olano tenía una resistencia mental y una capacidad de sufrimiento extraordinarias.
De todas maneras, Olano siguió cediendo minutos en la montaña y su poderío en la contrarreloj no parecía suficiente para alcanzar el podio. Así que Manolo Saiz, director de la ONCE, adaptó la estrategia: seguirían apoyando a Olano, pero algunos corredores deberían colarse en fugas para intentar un triunfo de etapa.
Y así se vio Etxebarria, escapado en solitario a veinte kilómetros de Saint-Flour, con una jauría de perseguidores y una ventaja que no pasó del medio minuto.
- Esos veinte kilómetros se me hicieron eternos -recuerda-. Tuve una sensación muy especial: iba a tope pero no me dolían las piernas. No sé si era por la adrenalina del Tour, pero no sentía el dolor que sientes otras veces. Desde el coche me iban gritando por la radio: “¡A tope, a tope, a tope!”. A falta de quince kilómetros me quité el auricular, porque me estaban agobiando y yo ya iba a tope, a tope, a tope, es que no podía hacer otra cosa.
Etxebarria flotaba en un ambiente irreal, concentrado en el esfuerzo, volando entre el rugido de los espectadores, las motos, los coches, los helicópteros. Recuerda fogonazos:
- Yo iba a doscientas pulsaciones y no veía nada más que la carretera, pero de repente reconocía a alguien entre el gentío. Vi a Karmele, la mujer de Abraham, que me animaba en una cuneta. Luego recuerdo una ikurriña en las vallas del último kilómetro, de un chaval de Llodio al que reconocí. Es curioso, se me quedaron esos flashes.
En el último kilómetro cuesta arriba, por detrás saltaron el campeón francés François Simon y el italiano Alberto Elli, pero apenas le recortaron unos segundos. Etxebarria cruzó la meta extendiendo los brazos en el aire, levantando la vista al cielo y soltando una bocanada de agotamiento.
- En ese momento no te lo crees, no sabes ni lo que haces, casi ni entiendes lo que está pasando. Ahora no recuerdo nada de esos gestos. Solo recuerdo que me abracé con mi masajista Valentín Dorronsoro, que nos abrazamos del cuello con tanta fuerza que me hacía daño. Pero era tan feliz, tan feliz...


Dos triunfos en cinco días
Etxebarria se coló de nuevo en una escapada numerosa durante la gran etapa pirenaica, que incluía las subidas al Aspin, Tourmalet, Soulor y Aubisque, con sesenta kilómetros finales de bajada y llano hasta Pau.
- Teníamos la orden de meternos en las escapadas. Así, si Olano se descolgaba en los puertos, podíamos esperarle para tirar de él. Y si la escapada llegaba hasta el final, podíamos disputar la etapa.
En el grupo de fugados, Pável Tonkov subió tan fuerte el Tourmalet que solo dos ciclistas pudieron seguirle: Alberto Elli y David Etxebarria.
- No lo voy a olvidar nunca: subir el Tourmalet escapado es una pasada, todavía se me pone la carne de gallina. Es un escenario mítico, estaba repleto de aficionados vascos con ikurriñas, gritaban mi nombre, era como si la montaña entera me animara. Increíble. Eso te hace dar un punto más.
A Etxebarria le costó seguir las ruedas de Tonkov y Elli en el Tourmalet.
- A quinientos metros de la cumbre, Elli aceleró cada vez más, cada vez más, y yo no lo entendía. “Si quiere los puntos de la montaña, que lo diga y ya está, yo no le voy a esprintar”. Resulta que había seis mil euros para el primero en el Tourmalet. Yo no tenía ni idea. Mira si uno puede correr el Tour y ser todavía un juvenil... -se ríe.
Tonkov, Elli y Etxebarria también pasaron juntos el Soulor y el Aubisque, pero en el largo descenso fueron capturados por otros nueve ciclistas, entre los que estaban Armstrong, Zülle y Escartín, los tres primeros de aquel Tour. Con ellos venía otro compañero de la ONCE: el gallego Marcos Serrano. Así que Etxebarria tuvo que inventar otra vez una manera de rematar la fuga.
- Tener un compañero de equipo en la escapada es una ventaja. Pero lo más importante aquel día, para mí, era la tranquilidad de haber ganado ya cinco días antes. No tenía ninguna ansiedad, no me iba a precipitar.
De hecho, Etxebarria recibió una pequeña bronca de su director Manolo Saiz para que se moviese a falta de cinco o seis kilómetros. Había atacado Alberto Elli y le había seguido Serrano, así que la ONCE ya iba con un corredor por delante, pero Elli era más rápido al esprint y a Saiz no le gustaba nada aquella situación. Gritó a Etxebarria para que saliera a por ellos. El vizcaíno atacó, le siguieron Vinokúrov, Arrieta y Contreras, y alcanzaron a Serrano y Elli.
- Le dije a Marcos: “Tú juega tu baza. Intenta escaparte otra vez” -cuenta Etxebarria.
Serrano atacó un par de veces pero lo marcaron de cerca. A falta de dos kilómetros, con los seis ciclistas agrupados, la estrategia cambió: Serrano se puso a tirar para impedir ataques y preparar el esprint a Etxebarria.
- Me hizo un trabajo perfecto. Arranqué desde lejos, para no quedarme encerrado, y Elli no pudo remontarme. Todavía, cuando nos encontramos, Serrano me dice: “Oye, que tú me debes una etapa del Tour”. Y tiene razón.

Un par de casos
El ciclista que vence en una etapa del Tour se gana el respeto del pelotón, por ejemplo cuando quiere remontar posiciones y los rivales ya no le meten el manillar tanto como a otros. Pero también despierta temores.
- Una vez que ganas en el Tour, cualquier otra victoria será mucho más difícil -dice Etxebarria-. Porque te controlan mucho más.
En el Tour de 2001, Etxebarria se fugó con Bradley McGee y Serguéi Ivanov. A falta de cinco kilómetros, el vizcaíno quiso aprovechar una bajada recta y larga para beber el último trago de agua y lanzar el bidón. Cometió un error apenas perceptible.
- En lugar de echar el trago en la tercera posición, donde no me vieran los otros dos, lo eché en la segunda posición. Ivanov iba detrás de mí, estaría buscando el mínimo momento para sorprenderme, para no llegar al esprint conmigo, y en cuanto me vio con el bidón en la boca saltó desde atrás como un rayo. McGee me miró. Para cuando reaccioné, Ivanov ya había cogido unos metros y no fuimos capaces de pillarle. Con el nivel que hay en el Tour, como te despistes unos metros, adiós.
Etxebarria llegó segundo con cara de pocos amigos.
Y toda su experiencia tampoco le bastó al año siguiente. Eligió bien el día -otra etapa de media montaña por el Macizo Central-, entró en la fuga adecuada -once ciclistas entre los que pedaleaban algunos tan poderosos como Laurent Jalabert, David Millar o Michael Boogerd- y detectó los movimientos subterráneos.
- Vi que Jalabert y Millar hablaban entre ellos. Me di cuenta de lo que habían pactado: cuando atacara uno de ellos, el otro no lo perseguiría. Y si atacaba algún otro ciclista, colaborarían para cazarlo. Así que yo decidí salir siempre que saliera alguno de ellos dos. Arrancó Millar y fui a por él. Arrancó Jalabert y fui a por él. Arrancó otra vez Millar, fui a por él y esta vez el grupo se rompió. Nos quedamos cinco en cabeza.
El último kilómetro picaba para arriba: ideal para Etxebarria. Millar esprintó desde muy lejos y Etxebarria le cogió la rueda: mejor imposible.
- Yo iba convencido de que me estaba haciendo la llegada, de que le iba a ganar, pero en cuanto salí de su rueda para remontarle contra el aire… Imposible. Iba fortísimo, me ganó fácil.
ONCE y Euskaltel, dos equipos carismáticos
Etxebarria logró sus dos triunfos en el Tour con la ONCE y sus dos segundos puestos con Euskaltel, dos equipos peculiares que marcaron su trayectoria.
- De la ONCE seguimos hablando veinticinco años después como se habla del Kas o de otros equipos míticos. Y eso no lo consigue un corredor, una estrella, sino todo un bloque de ciclistas que compiten de una manera reconocible durante muchos años. Al hablar de la ONCE hablamos sobre todo de su director, de Manolo Saiz. Con él trabajábamos más de la cuenta, trabajábamos muchísimo en todas las carreras del año, tirando del pelotón cuando había que tirar o atacando en oleadas, porque lo hacíamos todo en bloque. Luego, cuando llegaban los momentos críticos en las carreras más importantes como el Tour, ningún ciclista tenía dudas de lo que tocaba hacer. Así se organizaron algunas etapas que pasaron a la historia, como la de Mende.
Ese día, a mitad del Tour 95, pusieron contra las cuerdas al líder Miguel Induráin: Mauri, Stephens y Jalabert, tres ciclistas de la ONCE, se fugaron durante doscientos kilómetros con otros tres corredores por el Macizo Central, desarbolaron al equipo Banesto de Induráin, alcanzaron diez minutos de ventaja (lo que le daba el maillot amarillo virtual a Jalabert) y el francés al final ganó la etapa y consiguió seis minutos. Ese día la ONCE colocó a Zülle segundo, Jalabert tercero y Mauri quinto en la general. No doblegaron a Induráin, pero el ataque colectivo fue la manera más eficaz para ponerlo en apuros.
- Esas etapas solo salen si has corrido así durante toda la temporada, si todo el equipo está preparado y mentalizado para correr con esa agresividad, esa ambición y esas estrategias tan arriesgadas -dice Etxebarria.
En 2001 fichó por el Euskaltel, un equipo más modesto que corría el Tour por primera vez pero desataba un fenómeno masivo entre los aficionados vascos.
- Una de las primeras etapas salía de Amberes. Llegamos en el autobús del equipo a la plaza, que estaba de gente hasta los topes, de repente se abrió un espacio y aparecieron unos dantzaris para bailarnos un aurresku, con los trajes, el txistu, el danbolin… Alucinamos. Te dabas cuenta de que estabas en un equipo especial, en el equipo de casa.
El 22 de julio de 2001, miles de aficionados vascos esperaban en el Aspin, el Tourmalet y Luz Ardiden.
- En mis años de Euskaltel yo ya iba al Tour con etapas marcadas, elegía las que me venían mejor para intentar ganarlas. En los demás días, mi único objetivo era ahorrar fuerzas -cuenta Etxebarria-. Antes de los Pirineos quedé segundo en aquella etapa con Ivanov. En los Pirineos solo quería guardar energías, por eso empecé la etapa de Luz Ardiden en la cola del pelotón, lo más tranquilo posible. ¿Sabes quién estaba a mi lado? Roberto Laiseka. En la cabeza empezaron los ataques, nosotros íbamos sufriendo los latigazos en la cola, salió una escapada grande y de repente me dice Laiseka: “David, hoy tengo unas piernas increíbles, las tengo de mantequilla pura. Hay que poner a tirar al equipo, que hoy gano la etapa”.
Etxebarria alucinó:
- Roberto, ¿qué dices? Que van veinte tíos con dos minutos de ventaja. Que esto es el Tour, que nosotros no hemos tirado nunca del pelotón…
Laiseka insistió y los ciclistas del Euskaltel tiraron en cabeza hacia un Tourmalet inundado de ikurriñas y camisetas naranjas.
(Seguirá).
Autor: Ander Izagirre
