Departamento de Cultura y Política Lingüística

portada libro

Título: Verdes valles, colinas rojas
Autor: Ramiro Pinilla

Editorial: Tusquets editores

Decisión del jurado

Verdes valles, colinas rojas. Sinopsis

El primero de los tres tomos que forman este tapiz gigantesco comienza a finales del siglo XIX, precisamente en el momento en que empieza a declinar el mundo rural ("los verdes valles"), que había permanecido intacto durante cientos de años. Ese declive, sin embargo, ocurre al mismo tiempo en que empiezan a florecer la explotación minera (de "las colinas rojas") e industrial. Pinilla, en una narración a veces realista y cruda, indagando otras veces en un mundo irreal, mágico y mítico, nos va describiendo con rigor la historia, la política y la sociología de los últimos cien años del País Vasco, bien en tono humorístico, bien en un tono épico y elegíaco: los personajes arquetípicos del maestro del pueblo y de la prostituta, la carga difícilmente superable de los prejuicios, las penosas condiciones laborales de los mineros, el desprecio a los inmigrantes (o "maquetos")…

En la base de todo ello está el choque entre los que se dedican a labrar la tierra y los que trabajan en la mina o en la recién creada industria. Se termina un mundo, pronto nacerá otro. Y para narrar ese cambio, el escritor ha elegido describir la desaparición de los valores familiares tradicionales, las relaciones personales de amor y odio, y el destino inevitable que llevan las personas sobre sus hombros. Tampoco faltan pasajes y reflexiones acerca de las primeras huelgas de los trabajadores, los difíciles pasos del nacimiento de los sindicatos, los maderos míticos que trae la mar, la temible afición a las apuestas, así como la influencia desvastadora que para algunas personas supusieron el aranismo extremo y la cristiandad.

Verdes valles, colinas rojas. Fragmentos

•–¿Y cuánto tiempo ha pasado? –dice Martxel.
–Mucho, muchísimo tiempo... ¡Uff! Seis mil años. Dios creó el mundo hace unos seis mil años. Un sacerdote vasco lo ha dicho en un libro –dice Ama.
–¿Y Adán y Eva comían quisquillas? –dice Fabi.
–Sí, mi niñita. Bajaban a esta playa, igual que nosotros bajamos ahora, y pescaban de todos los animalitos que el Señor, generosamente, había puesto para ellos en su paraíso –dice Ama.

• A lo más que se había llegado, hasta entonces, era a trazar con la punta de un palo una cruz en el suelo de tierra de las viviendas, sobre el enterramiento del pariente, sin un resuelto propósito de introducir el símbolo NUEVO, sólo para, digamos, coquetear un poco con él, demostrar a las gentes de fuera que los vascos no eran tan brutos como les suponían, que estaban abiertos a la predicación que ya hacía furor por todas partes, e incluso descubrir si así facilitaban a la paloma blanca su salida del pecho del difunto para volar al cielo del Dios Señor, el NUEVO dios que pugnaba por suplantar al antiguo Urtzi, el cual nada les tenía prometido para después de la muerte.

• El puerto de Bilbao era visitado por tantos cargueros con pabellón británico, que la Ría parecía el Támesis; traían carbón y se llevaban mineral de hierro. Y cada tripulación contaba con un equipo de foot-ball. Los armadores tardaron en empezar a sospechar que los retrasos en las entradas y salidas del puerto, así como los inesperados adelantos, obedecían a una única razón: coincidir con el barco contra cuyo equipo correspondía dirimir el siguiente partido, según un calendario que los telegrafistas transmitían por morse de barco a barco.

• En tan sólo dos horas ha pasado de las minas a Getxo, a esta playa donde las únicas almas somos nosotros, y a lo mejor cree que vamos a ser tragados por la mar, por los acantilados o por la misma playa. En su tierra, yo nunca he visto a Isidora sola: siempre en reuniones y en mítines, siempre entre casas, chabolas y barracones, colinas no verdes sino sucias de mineral rojo...

• –¡La pancarta! –dice alguien.
Y aparece una gran sábana con unas letras, que creo que dicen: OCHO HORAS DE TRABAJO, OCHO DE DESCANSO, OCHO DE EDUCACIÓN. La tela tiene un palo a cada extremo y dos hombres la levantan sobre el grupo de socialistas que ya ha echado a andar, y se les une la gente que esperaba por aquí cerca. Allá van, como un bando de avefrías. Esta gente lo hace todo en grupo, cuanto más grande mejor.
Isidora sale de entre ellos y viene y me coge de la mano.

•–Yo no me río –digo–. No te dejaré salir. Aguanté hasta hoy porque iba a acabar todo. ¿Es que no podéis vivir sin zarabanda? ¡Había acabado todo! ¡Estáis locos!
–Tu hijo me acaba de dar su permiso –dice Isidora–. Si no quieres, no vengas con nosotros: yo sola le cuidaré.
–El pobre se ha equivocado de tripa: tendría que estar en la mía –digo.
¡Me marcho, me marcho a Getxo para siempre!
–¿Adónde vas? –dice Isidora.
–A coger la silla. ¿O es que a una revolución no se pueden llevar sillas? –digo.

• “Bai, bai, todo lo que queráis, pero... ¡cuidado, ¿eh?!... porque La Venta fue antes incluso que la ermita”. Y la otra persistencia: la cháchara, el debate, el tira y afloja arrastrado a lo largo de siglos ante el Mostrador, sobreviviendo a edades y cataclismos, en un épico y vano gesto interminable de reproducir las voces de un pasado inútil que son parte de una identidad amenazada: de quién es la Madera, de Etxe, por haberla visto el primero en la playa, o de Larreko, por haberla subido con sus bueyes hasta la Campa del Roble...

• “–¿Qué dices?
“–Suéltala. Es pecado agarrar así a una muchacha en el baile.
“–¿Qué dices?
“–Los vascos siempre hemos bailado a lo suelto.
“–Déjame en paz.
“–No, porque la mayoría de los que están en esta plaza piensan como yo.
“–¿Quién eres? Tú no eres de este pueblo. No nos gusta que gente de fuera venga a...
“–Mira cómo bailan a lo suelto los mayores. Os enseñan a los jóvenes...
“–¡A mí nadie me dice cómo debo bailar en mi propia plaza!
“–Los vascos siempre hemos bailado a lo suelto.
“–Los tiempos cambian. Hay que ser moderno para que no te llamen aldeano.
“–¡Los tiempos no cambian! ¡Los tiempos no cambian!

• Según la más vieja de nuestras leyendas, la primera noticia que habla de Getxo se refiere a los asentamientos de varias docenas de familias, “no llegadas de ninguna otra tierra”, precisaba ama, y esperaba mi consabida pregunta: “Si no llegaron de otra tierra, ¿de dónde llegaron?”. Ella se inflaba al contestar: “Unas veces mi bisabuelo decía que del cielo, y otras, que de la mar”, y nuestro juego me exigía una protesta (o se la exigía a Martxel, era lo mismo): “La gente no puede vivir en el cielo, y en el agua se ahoga”.

• “–Soy mayor que tú: tengo veintiséis. Si hubieras venido como vienen todos, ahora ya podríamos ser amigos. ¡Pero no soporto a los enviados de Dios! Sólo nos dais limosnas: consejos, sermones, escapularios, vidas de santos... Nadie me había traído tocino y patatas para salvarme... Pero todo vale, ¿verdad? ¡Todo con tal de no entregar nada de vosotros mismos! No me atrevo a decirle al cura que se meta en la cama conmigo, así de cobarde soy, pero sí te lo digo a ti.

• “–A mí marido le aplastó una peña y sólo pudimos enterrar sus brazos, sus piernas y una pasta de ropa, tripas y cabellos negros. Él era muy moreno, ¿sabe usted? Es una suerte no haber tenido hijos, así no habrá más mineros en la familia –dice doña Beatriz, la dueña de la pensión

• “– (...) Usted lee mucho, ¿verdad? Su ventana está encendida por las noches.
“–Parece que mi ventana encendida preocupa a mucha gente. Sí, releo el Quijote por enésima vez, porque espero traducirlo al euskera algún día y quiero descubrir por qué Don Quijote, siendo castellano, exaltaba menos a Castilla que a valores universales, como el espíritu de sacrificio y de justicia de la caballería andante, por ejemplo.
“–Creo que le entiendo. Usted se pregunta si hay que estar loco para hacer una cosa así. Es una duda muy nacionalista, supongo.

• “–Todo nacionalista y todo internacionalista, que podrían acabar siendo lo mismo...
“–Claro, claro... Porque de lo que se trata es de elegir ideas que sirvan al hombre y no hombres al servicio de una idea supuestamente eterna.
“–¿Y si esa idea eterna es buena?
“–Ninguna idea eterna es buena.
“–¿Ni el socialismo?
“–Ni el socialismo.

• “–Ahora soy yo quien les pregunta: ¿por qué?, ¿por qué lo íbamos a hacer? El progreso es un monstruo que se devora a sí mismo. Cada paso adelante deja atrás un desgarramiento. Ustedes están sufriendo el proceso industrial y necesitan remedios, necesitan del remedio de la revolución, y ésta, de la cultura, otro remedio. Nosotros, simplemente, no queremos empezar nuevos conflictos sólo remediables con recetas nuevas.

• “Sus ojos. Silencio. El traqueteo del tranvía.
“–Yo te enseñaré a llamar a las cosas por su nombre. En Getxo sois medio curas y os asusta la vida, os avergüenza llamar amor al amor. Pero tendré paciencia contigo y te ayudaré a engañarte escondiéndote en la dignidad y en la libertad. Me iré acostumbrando a tu modo de ser. ¿Quieres decirme algo? –dice Teresa.
“–No me veas tan despreciable.
“–¿Quién ha dicho que eres despreciable?
“–Debes creer que soy muy despreciable.
“–¿Por qué? Me gustas tal como eres, estoy orgullosa de quererte.
“–Calla. Esas cosas no se dicen en un tranvía.
“–Es mejor decirlas en un tranvía que no decirlas nunca.