Últimamente el botellón se ha convertido en noticia, y ha provocado numerosas (y a veces encontradas) reacciones por parte de medios de comunicación, instituciones, padres y madres, entorno de la hostelería, asociaciones de vecinas y vecinos, agentes educativos, personas jóvenes, etc. Desde el Consejo de la Juventud de Euskadi-EGK, entendemos que es necesario abordar este fenómeno desde una perspectiva global, de fondo, que contemple el contexto y el momento social en el que se desarrolla. No se debe crear alarma, ni contemplar el botellón únicamente desde una óptica de problema. Es peligroso e injusto ofrecer esta única imagen de la juventud y de sus prácticas de ocio, sin tener en cuenta que la sociedad en la que vivimos nos educa y nos sirve de modelo.
Lo importante es identificar el motivo de la preocupación. ¿Nos preocupa el consumo abusivo de alcohol por parte de las personas jóvenes? ¿o simplemente nos molesta que estén en la calle, que se les vea bebiendo, que hagan ruido, que dejen sucias las plazas, calles? ¿Es un asunto de salud, de educación, o sólo de orden público?. Cuando se celebran otro tipo de fiestas (semanas grandes, fiestas patronales, conciertos y eventos organizados por el ayuntamiento y otras instituciones) también se consume alcohol en la calle, también se hace ruido y se ensucia, pero la perspectiva desde la que se aborda es diametralmente diferente. Es necesario revisar el modelo de ocio consumista que hemos asumido sin conflicto, y también el papel que el alcohol tiene en nuestra sociedad. El uso del alcohol tiene profunda tradición en nuestra comunidad, y el nivel de permisividad con respecto al mismo es alto, principalmente entre las personas adultas. No se debe, pues, colgar esta etiqueta únicamente a la juventud. El botellón es para muchos y muchas jóvenes, una alternativa a la hora de divertirse, de estar juntos, de relacionarse con iguales, de experimentar límites lejos del mundo adulto. Parece evidente que sienten la necesidad de tener sus propios espacios, organizados y gestionados por ellos y ellas mismas. La evasión, la diversión rápida, aquí y ahora, forma parte de alguna manera de su forma de entender el tiempo libre, y de disfrutarlo. Quizás las exigencias formativas, la competitividad, la precariedad laboral, la imposibilidad de acceso a una vivienda, o la expectativa de un futuro cuando menos incierto, tenga también influencia en esta forma de afrontar el tiempo de ocio. Se ha comparado, de forma poco afortunada, a la juventud que se movilizaba de forma masiva en Francia en contra de los contratos temporales, con la que aquí se reúne sólo para emborracharse. Deberíamos preguntarnos por qué es ésta una sociedad poco movilizada en asuntos sociales, e incluso si se presta la misma atención mediática y social a muchas de las reivindicaciones que constantemente realizan los movimientos y asociaciones juveniles que apuestan por un modelo de sociedad y de ocio diferente, por la educación en valores, por la inclusión social, o por el acceso a una vivienda digna, entre otras. Algunas de estas personas después de este trabajo de construcción y transformación, quizás también se junten en las plazas públicas a beber, o a reunirse con sus amistades. Es evidente que la juventud no es un colectivo homogéneo, ni siquiera podemos establecer tipologías de personas jóvenes sin resultar reduccionistas.
Y en cuanto a las respuestas, o a las alternativas, es necesario y urgente, encontrar puntos de encuentro y acercar posturas entre todos los agentes implicados: hosteleros, instituciones, jóvenes, familias, agentes educativos, asociaciones. Y a pesar de que las medidas a largo plazo a menudo no son muy populares, hay que contemplar y apostar por la educación como forma de resolver y transformar los conflictos; y como vía para promover otros valores que favorezcan la responsabilización y la autonomía, y la capacidad de desarrollar los propios proyectos.
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