En la extraordinaria trayectoria de una ciudad que va ampliando sus dominios hasta extenderse por gran parte de Europa, Norte de África y Próximo Oriente, en apenas unos siglos, el hierro ocupa una posición relevante. Hierro para las armas de su poderoso ejército, para las herramientas y material de construcción de edificios, para mejorar la agricultura, los medios de transporte terrestre y la red viaria, la navegación y, también, para las actividades cotidianas como cocinar, coser o cazar.

En los inicios del proceso de expansión se hicieron con los excelentes yacimientos mineros de la isla de Elba que habían sido una de las bases económicas del poder etrusco; siguieron los de Galia, la península ibérica, Britania y demás territorios conquistados. Cuando se encontraron con recursos mineros relevantes, reorganizaron las explotaciones para mejorar los rendimientos, al igual que hicieron con los centros de transformación del mineral y de producción de hierro. Muchos de ellos incrementaron la actividad hasta llegar a ser focos industriales capaces de procesar toneladas y toneladas de mineral. Regularon también el transporte de los lingotes a gran escala y, hasta fuera de las fronteras, la influencia de Roma fue tal que llegó a ser determinante, por ejemplo, en los ritmos de producción de las tribus germánicas.

Los estudios sobre el hierro en ese período cuentan con una trayectoria reciente y, además, los resultados más sobresalientes proceden del campo de la Arqueología. Sin embargo, las aportaciones derivadas de esas investigaciones vienen ofreciendo una lectura complementaria que está permitiendo renovar y matizar aspectos estratégicos del conocimiento histórico. El Curso de Verano se orienta a presentar las contribuciones de mayor impacto en campos como el comercio, los métodos de producción, el paisaje o las estructuras económicas