Departamento de Hacienda y Finanzas

Día de Europa 2025

Hace ochenta años que terminó la II Guerra Mundial. La Conferencia de San Francisco de 1945 puso la semilla de la ONU y de un orden internacional basado en el multilateralismo, los derechos humanos y el diálogo entre los pueblos del mundo. Y hoy, 9 de mayo, celebramos el 75º aniversario de la declaración Schuman, considerada como el acta de nacimiento de la actual Unión Europea, que comienza con esta frase: “La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan”.

El humanismo y el europeísmo están en el corazón de nuestra cultura política y han guiado nuestra acción institucional a lo largo de la historia. Euskadi participó de ambos acontecimientos. La foto que ilustra este artículo, tomada en Berlín en 1956, muestra a Robert Schuman y el Lehendakari Agirre en un congreso de los Nuevos Equipos Internacionales. A dos líderes que compartieron valores, visiones y compromiso activo en iniciativas que sentarían las bases de la futura Unión Europea.

Se trataba entonces de asegurar la paz en el continente europeo a través de la cesión limitada de soberanías (carbón y acero). Las circunstancias actuales nada tienen que ver, pero los objetivos se mantienen. Tal y como dije en la investidura como Lehendakari en junio del año pasado, en el actual escenario de incertidumbre global, está en juego la supervivencia de Europa como proyecto compartido de libertades, convivencia pacífica, oportunidades y seguridad. Debemos tomar conciencia del momento histórico, sentirnos orgullosos y orgullosas de ser europeos y de lo que hemos conseguido y, lejos de resignarnos, trabajar por aquello en lo que creemos: más y mejor Europa.

El primer paso es poner pie en pared ante las corrientes extremistas, autoritarias e iliberales que atacan el proyecto europeo desde dentro y fuera de sus fronteras, erosionando sus pilares: la democracia, los derechos humanos y la justicia social. Debemos unirnos, fortalecer nuestros sistemas políticos y la cultura democrática de la ciudadanía día a día, blindando esos valores que son la base de lo que somos y queremos ser. Y plantando cara a los discursos populistas que plantean soluciones mágicas a problemas complejos.

Las instituciones del orden internacional están sometidas ahora a una fuerte presión y desgaste. Su legitimidad se ve cuestionada al no reflejar adecuadamente los equilibrios de fuerzas que la nueva geopolítica presenta. La Unión Europea debe replantearse su rol en el nuevo escenario global (no eurocéntrico) en ciernes. La globalización ha cambiado y no es la globalización abierta de hace dos décadas. De hecho, la multilateralidad está siendo cuestionada y asoman nuevos y relevantes actores neoimperialistas.

Europa ha perdido fuerza relativa y capacidad tecnológica en ámbitos fundamentales como las telecomunicaciones o la IA. Las proyecciones económicas y demográficas apuntan a una pérdida paulatina de su peso en el concierto mundial. Las amenazas son híbridas y debe estar preparada para dar respuesta a situaciones de vulnerabilidad. Para superar esta coyuntura y reforzar el proyecto de libertades, paz y progreso social que constituye la UE, es preciso el impulso de la autonomía estratégica de la Unión y superar la fragmentación, evidente en ámbitos como la energía, las telecomunicaciones, las finanzas, la innovación o la defensa.

Tenemos que reindustrializar el continente, protegiendo las industrias básicas, impulsando la descarbonización y aprovechando el potencial de la nueva economía. Para ello, debemos contemplar la configuración de una ‘quinta libertad europea’, adicional a las existentes; una libre circulación del conocimiento que refuerce la investigación, la innovación y la educación en la línea propuesta por Enrico Letta en su informe “Mucho más que un mercado”.

La cohesión territorial y social es otro imperativo del proyecto europeo, acorde con el principio de ‘Freedom to move, freedom to stay’. El mercado único tiene que ser capaz de generar prosperidad y oportunidades de forma repartida y equilibrada: entre países, entre naciones, entre ciudades y también en las zonas rurales, lo que implica un compromiso claro con la realización de las interconexiones eléctricas, ferroviarias y de datos.

En definitiva, en Europa debemos actuar ya y debemos hacerlo unidos, anteponiendo el interés general, si no queremos ser una colonia de los poderes hegemónicos que en cada coyuntura toquen en suerte. Para ello, urge dar un salto en la gobernanza hacia un poder distribuido más justo y eficaz. Hacia un modelo federalista y basado en el principio de subsidiaridad. Hacia una Europa de los pueblos y democrática construida de abajo arriba que recupere sus auténticos valores fundacionales.

Las recientes palabras del Comisario europeo de Presupuesto Piotr Serafin resultan esperanzadoras en este sentido: “Quiero dejar claro que la política moderna de cohesión deberá ser parte integra del próximo marco financiero plurianual. Una política con un enfoque descentralizado y de gobernanza multinivel, construida sobre los principios de la gestión compartida y la colaboración, implicando a las instituciones locales y regionales”.

Las crisis concatenadas sufridas desde la Gran recesión han puesto de manifiesto nuestra vulnerabilidad. Pero también la capacidad que la UE tiene para avanzar cuando existe voluntad política y una dirección clara, como actualmente. Euskadi siempre ha visto en Europa su campamento base. Hace 75 años, y ahora. Abogamos por seguir creciendo como País, en el marco de una Europa fuerte, que mire al futuro y no se limite a contemplar los acontecimientos. Una Europa que, inspirada en los principios y valores de la declaración Schuman, vuelva a dibujar un horizonte de prosperidad y bienestar para una sociedad crecientemente diversa y abierta al mundo global.