Álava es el único territorio de la Comunidad que presenta yacimientos de rocas asfálticas de importancia e industrialmente aprovechables. Se trata de una de las mayores riquezas del subsuelo alavés y que colocará a su industria de transformación a la cabeza del Estado. El asfalto ha impregnado masas calizas en diferentes lugares, pero donde más y mejor se concentran son los términos de Arraia – Maeztu y Peñacerrada. Aunque esta sustancia se encuentra regularmente en otros depósitos -areniscas y pizarras-, la explotación se ha centrado en la obtención a partir de calizas.

En los yacimientos alaveses de asfalto, la impregnación de betún asfáltico en arenas y calizas es muy irregular, habiéndose explotado casi exclusivamente estas últimas con una riqueza promedio en torno al 10%, aunque en algunos casos con la mina San Idelfonso llegó al 20%.
Por los años 30 del s. XIX los franceses perfeccionaron y popularizaron el nuevo firme obtenido a partir de la roca asfáltica, al que otorgaron el significativo nombre de “asfaltado”, y por tanto no es de extrañar que las primeras factorías establecidas en nuestro entorno se hallaran ligadas en técnicos y promotores a nombres de origen francés.
En Peñacerrada los asfaltos contenidos en la caliza fueron denunciados ya en 1855 por el emprendedor capitán Miguel Becerro, que también había reconocido los criaderos de Legutiano y prospectado para su explotación los lignitos de Peñacerrada y Montoria. En esta búsqueda localizó la presencia de importantes impregnaciones de asfaltos en rocas del término de Loza (Peñacerrada) y se hizo con la propiedad de la mina “Diana”.
En 1859 se organizó la incipiente fábrica para la explotación industrial de la caliza, encomendando la labor técnica al francés Riboul Damalet y contando con el apoyo económico de Juan Prim, Conde de Reus. Debió ser mucho más rudimentaria y de menos importancia que la pionera de Corres (Arraia – Maeztu), pues en 1861 estaba casi abandonada. Su principal instalación debía ser el horno de extracción de betunes asfálticos, donde se calcinaba la piedra. Estos primeros años fueron bastante irregulares.
Parece que tras la Segunda Guerra Carlista, y animados por la favorable coyuntura que experimentaban las explotaciones de Arraia – Maeztu, se puso de nuevo en marcha la minúscula fábrica de destilación, aunque sin éxito apreciable. A principios de siglo se nota una cierta modernización, pero a pesar de estos tímidos intentos de renovación la factoría de Loza estaba llamada a desaparecer.
Mejor suerte y de trayectoria más brillante fueron las empresas radicadas en el municipio de Arraia – Maeztu y Kanpezu. En el año 1856 es el año en el que se delimita la mayor parte del filón pionero, bajo el nombre de San Ildefonso, que se encuentra enclavado entre Corres y Atauri. Prospectada por Fermín Aranegui, esta mina se va a convertir en el embrión de la importante industria de asfaltos naturales que ha conferido fama a la zona.
En sus primeros años cambió varias veces de titularidad, pero no se conservan registros de esta época. Lo que parece seguro es que en 1861 se habían producido ya dos iniciativas dispares: por un lado la creación en 1858 de una fábrica de la que se asegura fue la primera de su género en España, que complementa la energía hidráulica con la adquisición de una novedosa máquina a vapor para sus artefactos mecánicos; y por otro, la incipiente instalación de una segunda fábrica en ese mismo año del 61.
Se intentó, en un primer momento por parte de una sociedad catalana, obtener gas y petróleo de estas minas, y después derivados de la nafta para el alumbrado público. Al fracasar estos intentos, cedieron los derechos en favor del francés Adolfo Boiven.
Los nuevos propietarios reorientaron la planta y realizaron las reformas necesarias para dedicarse a la fabricación de betún y panes de asfalto, utilizando las piedras asf{ticas de “San Ildefonso” y de las minas registradas por Boivin en años venideros; “Bertha” en 1863, “Alicia” en 1868, “Lucía” en 1872, “Blanca” y “Constancia” en 1877 y “Teresa” en 1880.

Pronto la demanda del mercado de la pavimentación convirtió a estos productos en una rentable industria. Y en 1882 la fábrica contaba con bien montados aparatos de machacar, prensar y modelar, movidos por una máquina de vapor de 30 caballos, alimentada con la leña de los montes cercanos.
En este momento a los industriales de origen francés van a unírseles elementos autóctonos, interesados en la nueva gama industrial. En esta nueva fase la Compañía procederá a solicitar y conseguir las concesiones mineras de “Mª Cruz” en 1891 y las demasías correspondientes a “Lucía”, Constancia” y “Blanca” en 1892.
Finalmente, la fábrica será adquirida por un grupo inversor creado en Donostia – San Sebastián, con rentistas y comerciantes de la ciudad reunidos bajos el liderazgo de Ramón Usabiaga y Lejarza, apareciendo por primera vez el 23 de mayo de 1892 la sociedad anónima de nombre “Compañía de Asfaltos de Maestu”. Esta sociedad, como sus predecesoras, va a proceder en años venideros al registro de nuevas minas en el entorno de Atauri: “Atauri” en 1892, “Carmen” en 1897, “Ampliación” en 1906 y “Llanura” en 1908.
Con el cierre de la mina San Ildefonso en 1902, y la posibilidad de ubicarse junto al trazado del ferrocarril Vasco – Navarro se planteó la posibilidad de trasladar a su actual ubicación la fábrica. Pero esto no ocurrió hasta 1911, fecha en la que se comenzaron las obras de la nueva fábrica, terminadas en 1913.

Hacia 1910 la Compañía Asfaltos de Maeztu tenía quince concesiones de minas con una superficie de 2,6 millones de metros cuadrados, de las que en el período 1.892/1.908 extrajo casi 42.500 toneladas de roca asfáltica. Este último año, empleando a 30 trabajadores, obtuvieron 7.633 toneladas, elaborándose 1.905 toneladas de panes y 3.000 de polvo, llegando a exportar a Brasil.
Sin embargo, en 1915, debido a la competencia establecida por las potentes y modernas refinerías de petróleo y la difusión y comercialización internacional de sus derivados, la producción estaba reducida a panes de asfalto y baldosa comprimida. Será el periodo de postguerra el que relance la empresa, fruto de la reorganización del mercado estatal.
Por su parte, la Sociedad de Asfaltos Naturales de Maeztu-Leorza, registra su primera mina en 1895, denominada “Santa Eufemia”, a la que pronto se fueron añadiendo otras concesiones. Contaba en su momento de máxima expansión con un total de trece concesiones de minas de una superficie de 1,7 millones de m2 y entre 1.900 y 1.908 arrancaron 15.950 toneladas de asfalto con una producción de 2.460 toneladas de panes y 287 de polvo. Este último año el precio de venta era de 51,15 y 22,50 pesetas la tonelada, respectivamente. A pesar de haber introducido a principios de los años 20 la alternativa eléctrica para el acondicionamiento de la maquinaria, la sociedad fue languideciendo y en la actualidad lleva clausurada casi un siglo.

La tercera de las empresas establecidas y atraídas por la riqueza en calizas bituminosas en el entorno de Maeztu, fue la Sociedad de Asfaltos Naturales de Maestu – Atauri. Nacida al impulso de la emprendedora familia Abreu, que había empezado a interesarse por los asfaltos en 1899. Se crea una moderna fábrica en Vitoria, pero el alejamiento de la materia prima (minas “Alava”, “Mª Teresa” y ”La Esperanza” en Maeztu, “Abundancia” e “Irene” en Bernedo y otras dos más en Navarra) y las fluctuaciones del mercado la hacen quebrar tempranamente.
Finalmente en los años 30 del s. XX, una última sociedad vendrá a completar el panorama productivo al crearse en Antoñana la compañía Asfaltos Naturales de Campezo S.A., que comenzó explotando la roca asfáltica del entorno y de San Román, para lo que llegó a plantearse y comenzar una línea de tendido aéreo, que traería en baldes las rocas hasta una potente construcción de recepción junto a la carretera. Este sistema de transporte nunca llegó a ser terminado ni por tanto utilizado, ya que se empleó el uso de camiones.
Sin embargo, los asfaltos naturales extraidos de las rocas habían entrado en un periodo de crisis por la dura competencia del petróleo y sus derivados, además de que la proliferación de empresas saturaba en cierta forma el mercado más cercano a las fábricas. Si bien estuvo un tiempo paralizada, su óptima ubicación junto al ferrocarril permitiría años después su relanzamiento en base a los derivados del petróleo y, cambiando de materia prima, dedicarse a la elaboración de asfaltos y alquitranes industriales.
Hacia 1910 la Compañía Asfaltos de Maeztu tenía quince concesiones de minas con una superficie de 2,6 millones de metros cuadrados, de las que en el