Departamento de Desarrollo Económico, Sostenibilidad y Medio Ambiente

Educación ambiental - Huella ecológica

Los árboles enraizados en las orillas de los ríos protegen frente a fuertes avenidas de agua. 

La huella ecológica se define como "el área de territorio ecológicamente productivo necesaria para producir los recursos utilizados y para asimilar los residuos producidos por una población definida con un nivel de vida específico, donde sea que se encuentre esta área".
El Informe Brundtland define el desarrollo sostenible como aquel "desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades". Para hacer posible este modelo de desarrollo se hace necesaria la disponibilidad a lo largo del tiempo de una serie de recursos y servicios ecológicos que garanticen la satisfacción de las necesidades de toda la sociedad de forma equitativa.

La Naturaleza nos proporciona todos los recursos naturales que necesitamos, desde los minerales para construir nuestras viviendas hasta los alimentos para mantenernos con vida. Pero no sólo hace esto: también absorbe los residuos que generamos, tanto los residuos sólidos como las emisiones atmosféricas. Así mismo, la Naturaleza también proporciona importantes funciones vitales sin las cuales la especie humana se extinguiría. Por ejemplo, regula los sistemas ecológicos y el clima. Al mismo tiempo, la propia Naturaleza impone unos límites en cuanto a la disponibilidad de recursos y capacidad de asimilación de emisiones y residuos.

En los últimos años han aparecido varios indicadores que intentan reflejar, de forma agregada, en qué medida nuestros niveles de consumo y de generación de residuos están dentro de los límites naturales. Uno de estos indicadores es la huella ecológica.

La huella ecológica fue desarrollada a mediados de los noventa por Mathis Wackernagel y William Rees, y se define según sus propios autores como "el área de territorio ecológicamente productivo necesaria para producir los recursos utilizados y para asimilar los residuos producidos por una población definida con un nivel de vida específico, donde sea que se encuentre esta área".

El cálculo de la huella ecológica de una población se basa en la determinación de la superficie necesaria para absorber los consumos de alimentos y productos forestales (cultivos, pastos, mar y bosques), la superficie ocupada por edificios e infraestructuras y el área forestal necesaria absorber las emisiones de CO2 provenientes de la quema de combustibles fósiles. Estas superficies vienen expresadas en términos de hectáreas per cápita (ha/cap), permitiendo establecer comparaciones entre países, regiones, etc.Una vez calculada la huella ecológica se compara con la superficie disponible (biocapacidad) obteniéndose una medida del déficit (o superávit) ecológico, que permite evaluar en qué medida nuestros hábitos de consumo están dentro de los límites naturales.

Así se mantiene el ciclo de los nutrientes y de la vida en el bosque. Si dirigimos la mirada al suelo podemos ver gran diversidad de animales pequeños, y hay otros que no llegamos a ver pero que igualmente están ahí, reciclando. Si se interrumpiera este ciclo crearía grandes problemas al funcionamiento del bosque porque se agotarían los elementos nutrientes. Algunos problemas de nuestra sociedad necesitarían para su solución una imitación del funcionamiento de los ecosistemas naturales, como el bosque del que hablamos, ¡imitemos el ciclo de la naturaleza!.

Desde la óptica de la sostenibilidad global, la huella ecológica de los habitantes de un territorio no debería ser superior a la biocapacidad disponible para cada habitante del planeta. En otras palabras, la superficie utilizada para producir los bienes consumidos y absorber los residuos generados debería ser menor que la superficie biológicamente productiva disponible en el planeta.

A escala global, la huella ecológica asciende a 2,7 ha/cap, mientras que la biocapidad es tan sólo 1,8 ha/cap. Es decir, existe un déficit ecológico de 0.9 ha/cap. Sin embargo, no todos los habitantes del planeta tienen la misma responsabilidad en el déficit ecológico global, pues no todos tenemos los mismos hábitos de consumo. Analizando los resultados de la huella por países, se observa cómo el 80% de la población mundial tienen una huella por debajo de 1,8 hectáreas (es decir, tiene superávit), mientras que el 20% restante (los que tenemos una huella superior a la biocapacidad del planeta) somos los que provocamos el déficit ecológico. Por ejemplo, la huella de un estadounidense medio es 8 hectáreas, mientras que la de un hindú ronda las 0,9 hectáreas.

Estas cifras indican que una parte del déficit de los países más opulentos es cubierto con el superávit del resto de países. En otras palabras, para que nosotros consumamos por encima de lo que nos corresponde, otros están consumiendo menos. Pero hay otra parte de este déficit que es cubierta por una especie de "crédito" o "préstamo" con cargo a los recursos futuros. Es decir, estamos detrayendo recursos futuros para consumirlos en el presente. Por ejemplo, estamos explotando las pesquerías por encima de su capacidad de producción, provocando una creciente pérdida de biodiversidad marina que está mermando la capacidad de los océanos de proveernos de alimentos.

Estos datos son muy preocupantes y no son más que un fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos, en la que el consumo ha pasado de ser un medio para la satisfacción de las necesidades básicas a convertirse en un fin en sí mismo. Debemos pasar a la acción, de lo contrario la degradación del planeta y el agotamiento de los recursos naturales pueden llegar a tener consecuencias imprevisibles para la vida en la Tierra. Tenemos que reducir nuestro nivel de consumo y superar el estereotipo de que mayor bienestar implica necesariamente mayor consumo, especialmente en sociedades como la nuestra, en las que las necesidades básicas ya están satisfechas. Pero reducir el consumo no es suficiente. Hay que producir de forma diferente y transformar nuestro modelo de producción adaptándolo a los límites naturales. Esto se traduce en avanzar hacia una agricultura ecológica, un modelo energético basado en las energías renovables, una organización del territorio que reduzca las necesidades de movilidad, etc. En cualquier caso, esta necesaria transición requiere del esfuerzo y cooperación de todos los pueblos, en especial de aquellos que más recursos consumimos y que más contribuimos a degradar el planeta.

Iñaki Arto

Joint Research Centre (Comisión Europea) y miembro de EKOPOL Grupo de Investigación en Economía Ecológica y Ecología Política (UPV/EHU). Investigador del Institute for Prospective Technological Studies.

¿QUÉ ÉS?

Es una herramienta que se usa para evaluar el impacto potencial sobre el medio ambiente de un producto, proceso o actividad a lo largo de todo su ciclo de vida.

¿QUÉ MIDE?

Cuantifica el uso de recursos naturales en forma de 'entradas' (energía, materias primas, agua...) y 'salidas' (emisiones de CO2 u otros vertidos).

¿PARA QUÉ SIRVE?

Se utiliza para optar entre los diferentes procesos de fabricación de un mismo producto, ponderando el empleo de recursos y emisiones.

También sirve para evaluar las diferencias entre una misma categoría de artículos (por ejemplo entre un lavavajillas normal y uno concentrado). Permite conocer la 'mochila ecológica' del producto a lo largo de las diferentes etapas de su vida.

Reducir el consumo de electricidad a cero no es tan sencillo como parece.

El consumo de electricidad en nuestras casas no siempre fluctúa como pensamos y a través de la siguiente actividad veremos que reducir el consumo de una casa hasta cero es realmente complicado. Podríamos pensar que bastaría con apagar todos los electrodomésticos y luces pero la realidad es muy distinta: existen numerosos consumos ocultos que incrementan en buena medida la factura económica y medioambiental. Éstos que se exponen a continuación no son más que algunos de los ejemplos que encontraremos entre lo que se denominan 'consumos opuestos':

  • Stand-by. Es ya conocido que muchos aparatos como los televisores consumen energía si los apagamos desde el mando a distancia dejando encendido el tradicional piloto rojo de su frontal. La única solución para evitar este derroche es desenchufar.
  • Aunque se crea lo contrario, los cargadores de teléfonos móviles consumen electricidad si se dejan conectados a la red sin estar recargando ninguna batería.
  • El consumo medio de un hogar según el IDAE asciende a unos 4.000 kWh al año y la mayor parte de esta cantidad corresponde al frigorífico (18%), iluminación (18%), calefacción (15%) o televisión (10%).
  • Es conveniente apagar las bombillas aunque vayamos a volver a encenderlas en un breve lapso de tiempo. No es cierto que dejarlas encendidas en estos casos gaste menos, esta creencia es tan sólo un bulo.
  • El uso de lámparas de bajo consumo reduce notablemente la factura. Si cambiamos seis bombillas incandescentes de 40 W por lámparas de bajo consumo de 9 W el consumo disminuye más de un 70%.
  • Microondas vs. vitrocerámica. Calentar durante un minuto una taza de agua en el microondas consume 800 vatios mientras que repetir el proceso con un cazo en la zona de cocción más pequeña de una vitrocerámica aumenta el consumo a 1.000 vatios.
  • Algunos electrodomésticos siguen consumiendo aún estando apagados. Mantener los ordenadores siempre enchufados, aunque sin encenderlos, equivale a dejar luciendo una lámpara permanentemente.

Actividad

Ahora que ya conocemos varios ejemplos podemos investigar por grupos estos y otros aspectos acerca de los consumos ocultos que se producen en nuestros hogares. Después, utiliza esta información para elaborar un manual práctico de consejos y exponlo ante la clase.

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